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Cueva de Altamira

Entrada de la Cueva de Altamira

Identificación del bien

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Cueva de Altamira, Santillana del Mar, Cantabria

Acceso

Desde Castilla y León, por Autovía A-67 hasta Sierrapando. Desde allí, continuar por A8/E70 en dirección Oviedo.

Desde Asturias y País Vasco, por Autovía A-8/E-70.

En ambos casos, hay que llegar hasta la localidad de Puente San Miguel y tomar la salida 234 en dirección a Santillana del Mar por la CA-136. Desde la autovía y desde Puente San Miguel y Santillana del Mar está indicada la carretera hacia el Museo de Altamira.

Coordenadas geográficas

UTM ETR89 30 N = 409.287,8 m / Y = 4.803.273,8 m / Z = 152,37 m

Descripción

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Descripción topográfica

La cueva de Altamira se halla en lo alto de una de las colinas que rodean la localidad de Santillana del Mar, dentro del recinto del Museo Nacional y Centro de Investigación de Altamira. Ocupa un lugar destacado en el paisaje desde el que se divisa un amplio territorio. Su ubicación debió ser una gran ventaja para las personas que habitaron la cueva durante el Paleolítico superior, ya que la cueva se encuentra a dos kilómetros del río Saja y a cinco de la línea de costa y, en cortos trayectos, podían acceder a una gran diversidad de recursos alimenticios y al aprovisionamiento de leña, cantos de río u otras materias primas necesarias para su subsistencia.

La única boca de acceso se abre a 156 metros sobre el nivel del mar. Actualmente se accede por una puerta excavada artificialmente hacia 1927, pero durante la Prehistoria la cueva de Altamira contaría con una amplia entrada en la que se desarrollaba la vida cotidiana. Esta entrada se desplomó hace 13 000 años, sepultando la parte más externa del yacimiento arqueológico y dejando taponado el acceso hasta su descubrimiento en el último tercio del siglo XIX.

Mide 290 metros de longitud y está formada por una galería longitudinal, de tendencia descendente, a la que se abren otras salas más pequeñas que podríamos considerar meros apéndices de la principal. En general, su altura oscila entre los 50 cms y los catorce metros; en el caso de la Sala de Polícromos, el techo en el que se ubican las pinturas y grabados se encuentra apenas a 7 metros de la superficie exterior.

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Toda la cueva presenta techos y paredes formados por planos horizontales y secciones trapezoidales y un patrón de tendencia horizontal en la disposición de las capas geológicas. Estas formas angulares y escalonadas que presentan las paredes de la cueva se deben al desplome de grandes tabletas de roca que, a lo largo de milenios, se han ido desgajando y cayendo al suelo. De hecho, su débil estructura geológica hizo que se temiera por la supervivencia de la cueva y que se construyeran en su interior imponentes muros de sustentación para impedir un hipotético colapso; más tarde, hasta los años 50 del siglo XX, el interior y el exterior de la cueva fueron alterados nuevamente para favorecer la accesibilidad de los cientos de miles de personas que cada año llegaban hasta la misma. Caminos, escaleras o estructuras artificiales para camuflar las luminarias acabaron por alterar definitivamente el aspecto originario.

Por ello, el espacio cavernario en la actualidad es muy diferente al que tuvo durante la Prehistoria. Los cambios introducidos en la topografía han influido también en las condiciones ambientales, como la temperatura, la humedad o la ventilación por ejemplo, de un medio natural en el que las pinturas se habían conservado durante milenios en un contexto de gran estabilidad natural.

Descubrimiento de las pinturas y polémica sobre su antigüedad

El descubrimiento de la cueva de Altamira se produjo hacia 1868 por Modesto Cubillas, un habitante de la comarca quien, años más tarde, lo puso en conocimiento de Marcelino Sanz de Sautuola, al que podemos considerar su descubridor científico pues él localizó las pinturas en 1879.

En 1880, Sautuola dio a conocer sus trabajos en el interior de la cueva en un pequeño libro titulado “Breves apuntes sobre algunos objetos prehistóricos de la Provincia de Santander” en el que también daba cuenta del hallazgo de las pinturas que calificó, sin género alguno de dudas, como pertenecientes a la época paleolítica.

Techo de la Sala de Polícromos de Altamira Pulse para ampliar

La desconfianza general sobre el contexto en el que se había producido el hallazgo, la gran frescura que conservaban las pinturas y, también, los postulados científicos en boga que excluían la capacidad artística de las habilidades de aquel supuesto “hombre prehistórico”, hicieron que la antigüedad de las pinturas de Altamira no fuera reconocida hasta 1902, tras el descubrimiento de otras cuevas con Arte rupestre en el sur de Francia. Por todo ello, podemos considerar que Sautuola fue un adelantado, no solo para la ciencia española, sino para la ciencia europea ya que sus razonamientos, lógicos y fundamentados en el conocimiento científico, sentaron las bases para el reconocimiento de la existencia del Arte del Paleolítico superior.

Investigación arqueológica

La cueva de Altamira fue utilizada como vivienda por los grupos paleolíticos durante, al menos, 8000 años. No obstante, es posible que esta ocupación fuera mucho más prolongada, quizá desde los inicios del Paleolítico superior, pero los bloques de roca que taponan la base de la estratigrafía impiden profundizar para conocer si existen vestigios de otras ocupaciones más antiguas que hayan quedado sepultadas bajo estas grandes rocas.

Los grupos humanos habitaron sobre una amplia zona que se extendía por toda la gran sala inicial de la cueva, incluyendo la que actualmente se encuentra al exterior de la misma (y que quedó sepultada por el último gran derrumbe), el vestíbulo interior y la sala de pinturas.

Las primeras excavaciones fueron realizadas en 1879/ 80 por Marcelino Sanz de Sautuola quien hizo los primeros sondeos y recuperó objetos de sílex, azagayas, agujas, colgantes, restos de fauna y conchas, además de muchos colorantes que como él afirmó “pudieran haber servido para realizar estas pinturas”. Así pues, los objetos recuperados le sirvieron para establecer que la cronología de los restos y la de las pinturas debía ser la misma y atribuir –éstas también- al periodo paleolítico (Sanz de Sautuola, 1880). Esta afirmación no le acarreó más que la incomprensión de muchos de sus contemporáneos.

Las siguientes excavaciones fueron las de H. Alcalde del Río entre 1903/05 a las que siguieron las de H. Obermaier en 1924/25 y las de González Echegaray y Freeman en 1980/81. Desde la intervención de Alcalde del Río quedó fijada una secuencia estratigráfica que se ha sostenido durante 100 años sin ninguna variación, según la cual, al periodo Solutrense le seguía el Magdaleniense inferior sin ruptura aparente debido a la dificultad de fijar con nitidez el límite entre ambos niveles.

Excavación en Altamira Pulse para ampliar

En 2004, el Museo de Altamira diseñó un proyecto de investigación que no contemplaba la excavación propiamente dicha, sino la revisión de los cortes estratigráficos preexistentes, su estudio y muestreo sistemático para la obtención de información paleoclimática y dataciones absolutas secuenciales relacionadas con las diferentes capas que podían distinguirse en la estratigrafía. A partir de estos trabajos se ha podido verificar la existencia de tres periodos de ocupación donde antes había dos y la definición de una secuencia cronocultural y climática con gran detalle. Se identificó la existencia en la base de la secuencia de un nivel arqueológico no conocido hasta el momento, perteneciente al Gravetiense superior en torno a 22 000 AP; por encima se documentó un amplio paquete estratigráfico correspondiente al Solutrense que abarcaba desde momentos antiguos hasta la transición al Magdaleniense inferior, entre 19 630 y 17 200 AP; por último, en la parte superior de la secuencia estratigráfica se definió otro paquete estratigráfico correspondiente al Magdaleniense inferior y su transición al medio, que se sitúa entre 15 600 y 14 070 AP.

Arte rupestre de la cueva de Altamira

Techo de la Sala de Polícromos de Altamira Pulse para ampliar

El arte rupestre del Paleolítico superior es el propio de los cazadores-recolectores y se manifiesta con gran homogeneidad en buena parte de Europa. La cueva de Altamira es uno de los grandes lugares de este arte, excepcional por la policromía y el naturalismo de las figuras pero también por ser un buen ejemplo y síntesis de los temas y técnicas artísticas a lo largo de varios milenios.

Los temas representados en Altamira son los comunes al arte paleolítico cantábrico, si bien el bisonte es el elemento definitorio y distintivo de la cueva. Los bisontes polícromos se concentran en el techo de una sala que, como hemos señalado, se encontraba a continuación del gran área vestibular. Quienes realizaron estas figuras estaban muy cerca de quienes estaban cocinando, trabajando o jugando, es decir que la Sala de Pinturas no era un espacio simbólico por su lejanía y recogimiento, sino por su significado semántico, por su iconografía codificada.

Las ciervas y ciervos, caballos y, en menor medida, las cabras completan el repertorio figurativo y se encuentran repartidos a lo largo de toda la cueva, pintados o grabados con diferentes técnicas artísticas y de cronologías diversas.

Hay otras representaciones no figurativas, abstractas, los denominados “signos”, cuyo significado desconocemos pero que, evidentemente, constituyen un sistema de comunicación que las gentes del Paleolítico serían capaces de descifrar. En Altamira hay signos grabados, con forma de “chozas” o de “cometas” sobre el lado derecho de la Sala de Polícromos; hay otros pintados en color negro, rectangulares, rellenos con diversos diseños, localizados en la Galería Final; otros en rojo, “escaliformes” de gran tamaño (más de 2’25 cms de longitud) en una de las estrechas galerías transversales que jalonan la cueva y los conocidos como “claviformes”, situados en el techo de la Sala de Pinturas.

Las representaciones humanas son minoritarias dentro del Arte Paleolítico, pero en Altamira se encuentran algunas de las más representativas, son los llamados “antropomorfos”. Se trata de figuraciones fantásticas que combinan características humanas más o menos definidas (brazos en alto, a veces dedos, a veces con falo) con una silueta indeterminada, siempre de perfil. En el techo de la Sala de Pinturas aparecen representados algunos de ellos. Otras representaciones que comparten características antropomórficas son las llamadas “máscaras” de la Galería Final de Altamira, que no son sino formaciones rocosas angulosas reforzadas a cada lado de la arista con pequeños trazos negros que representan cejas, ojos, bigotes o colmillos, creando una imagen espectral que llena de misterio el exiguo espacio de esta sala.

La edad del arte rupestre se ha fijado en función de distintos métodos de datación. Así, las pinturas realizadas con carbón han podido ser datadas por Carbono 14. Ello ha permitido conocer que los famosos bisontes polícromos fueron realizados hace unos 14 500 años antes del presente. Sin embargo, aquellas representaciones que no contienen materia orgánica en su composición no pueden ser datadas por este método. Por ello, hasta hace poco tiempo, las figuras pintadas en rojo (y sin componentes orgánicos en su composición), no podían ser fechadas al no existir ningún método que lo permitiera. Desde hace pocos años, la actualización de un antiguo método de datación, el de Uranio/ Thorio, permitió que pudiera realizarse con pequeñas cantidades de carbonato cálcico. Desde ese momento, este método ha podido aplicarse también a la datación del arte rupestre ya que, al requerir pequeñísimas muestras, de apenas milímetros, permite datar las costras calcíticas superpuestas o infrapuestas a las representaciones artísticas. Gracias a la aplicación de este sistema, se ha podido saber que un signo pintado en el techo de la Sala de Polícromos de Altamira tiene unos 35 500 años de antigüedad, muchos más de lo que se suponía hasta ese momento.

La cueva de Altamira tiene representaciones artísticas a lo largo de todo su recorrido, desde la Sala de Polícromos hasta la Galería final. Así, la sala llamada de “La Hoya”, pequeña sala situada en un piso inferior de la cueva, contiene representaciones pintadas en negro, como un bisonte, una cierva y varias cabras montés que forman un conjunto muy homogéneo por su estilo y técnica artística, lo que parece indicar que fueron realizadas en un mismo momento. Por su parte, la Galería Final es un corredor de casi 100 metros de longitud, que se estrecha y reduce de altura a medida que se profundiza y contiene gran número de figuras de diferentes técnicas, temas y estilos, lo que prueba que fue frecuentada durante milenios para realizar estas figuras en tan angosto corredor.

Bibliografía

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